Hoy entendí por qué dicen que no hagas planes después de subir un cerro, porque cualquier cosa puede pasar. Y esta vez, todo nos pasó. Kev y yo nos fuimos a dormir temprano con la intención de hacer la media travesía al día siguiente. Sin embargo, comenzamos con el pie izquierdo, ya que nos quedamos dormidos y empezamos nuestro ascenso a las 5:30 de la mañana, una hora más tarde de lo planeado.
Pero eso no nos detuvo; decidimos seguir adelante con nuestra aventura. Iniciamos la subida con una hora de oscuridad antes de que amaneciera. Comenzamos el ascenso por el empedrado, un camino que siempre me ha generado una relación de amor-odio: es fácil y accesible, pero también tedioso y repetitivo. Hicimos paradas cada kilómetro hasta llegar a nuestro primer punto de descanso, el teleférico. Allí, nos acompañó un coatí y algunos otros excursionistas. El sol comenzaba a salir y las vistas de Monterrey eran simplemente espectaculares.
Después de recuperar el aliento y disfrutar de nuestro descanso, continuamos el camino. Avanzamos unos metros y llegamos a una bifurcación que marcaría el rumbo del día. Aunque el plan era subir hasta las antenas, le sugerí a Kev desviarnos hacia el Pico Norte. Ni Kevin ni yo somos de echarnos para atrás, así que tomamos la desviación y nos aventuramos hacia el Pico Norte.
El sendero se hizo más amigable y menos empinado, pero estaba visiblemente afectado por las lluvias recientes y la falta de tránsito. La vegetación cubría gran parte del camino, y en más de una ocasión nos topamos con telarañas bloqueando nuestro paso.
Tras un rato recorriendo una pendiente más suave, llegamos a una cañada que conectaba el cerro de las antenas con el Pico Norte. A partir de ahí, la subida se volvió más intensa. Apenas habíamos recorrido la mitad de la elevación total y aún nos faltaban unos 850 metros de ascenso.
Seguimos avanzando, paso a paso, con descansos intermedios. La subida comenzó a retrasarnos un poco, pero tanto Kev como yo nos mantuvimos optimistas, decididos a continuar hasta donde nos permitieran nuestras fuerzas.
Los últimos metros fueron los más difíciles. El sendero estaba completamente expuesto al sol, y los cactus y magueyes dominaban la vereda. Algunos tramos requerían que nos ayudáramos con las manos para trepar. Sin embargo, cuando finalmente vislumbré la antena en la cima, me llené de energía y ambición. Recobré fuerzas para dar el último empujón y llegar a la cumbre.
Amé la sensación de haber llegado: toda la tensión acumulada durante la subida desapareció en un instante. Encontré el cuaderno de notas de la cumbre, lo hojeé y me senté a descansar mientras Kev preparaba su dron para unas tomas aéreas.
Teníamos el tiempo justo para almorzar, hacer algunas fotos y comenzar a descender a las 11:20 a.m. Pero nos entretuvimos con el dron, y cuando estábamos listos para partir, una pieza del dron se cayó al suelo. La cumbre estaba llena de piedras del mismo color que la pieza, lo que nos llevó una eternidad encontrarla. Casi nos rendimos, pero a las 12:00 p.m. finalmente la encontramos y emprendimos el descenso, conscientes de que el tiempo para llegar al aeropuerto se reducía minuto a minuto.
Decidimos tomar una ruta de regreso un poco más corta, pero también más técnica. El inicio de esta ruta me encantó, ya que está muy expuesta: a la izquierda, el filo del Pico Norte; al frente, la vista panorámica de Monterrey.
A medida que avanzábamos, la vista se desvanecía y la vegetación nos ofrecía algo de sombra. Sin embargo, las lluvias habían deteriorado el camino, y más abajo me arrepentí de haber llevado shorts en lugar de pantalones: tuve mi primer encuentro con hiedra venenosa, aunque no me di cuenta hasta que sentí una intensa picazón en las piernas. Me tomó unos minutos recomponerme, pero logramos seguir bajando.
A medida que descendíamos, estábamos cada vez más agotados y cubiertos de hojas y telarañas. Cuando llegamos a las zonas de piedra laja, el camino se hizo más eterno. El sol se volvió sofocante y la bajada parecía interminable.
A pesar de todo, el descenso fue divertido. Me reía mucho escuchando las quejas de Kev, mientras él se burlaba de mi torpe habilidad para descender sobre piedra laja. Incluso a las 5:00 p.m., cuando seguíamos en la bajada, decidimos mantenernos optimistas y risueños.
Finalmente, llegamos agotados al final de la ruta, completándola aproximadamente a las 5:30 p.m. Ese día no pude volver a mi ciudad de origen, pero al menos celebramos nuestro éxito con unos jugos y unos deliciosos tacos al pastor.
Y es por eso que nunca debes hacer planes después de una salida de senderismo.